Si observamos la naturaleza, comprobamos que existen dos formas de actuar en el medio que nos rodea. En primer lugar el individuo toma de su entorno lo que necesita para subsistir, causando con ello algún perjuicio a otros seres vivos. Es el caso de la depredación o el de la alimentación de los seres herbívoros: «para vivir yo tienes que morir tú, o viceversa».
En segundo lugar, el individuo busca cooperar con otros individuos de su misma o de diferente especie para lograr prosperar. Es el sistema de la simbiosis o colaboración. El ejemplo típico lo hallamos entre las flores y los insectos polinizadores: tanto las plantas como estos animales salen ganando, realizan una operación de beneficio mutuo.
El ser humano no ha inventado nada. Su relación con el entorno sólo puede resumirse en dos posibilidades: o se aprovecha de él sin aportar nada a cambio o realiza una tarea de simbiosis, de intercambio, buscando siempre el beneficio común.
Desde los tiempos remotos, el hombre ha sido un depredador y su conducta no podía ser sino depredadora.
Han pasado siglos enteros, han cambiado los métodos, pero la dinámica inicial continúa vigente: los hombres mantenemos una relación depredadora con el entorno. Las máquinas, los usos y costumbres, la mentalidad no han hecho sino corroborar esto mismo.
En épocas pasadas, se destruía un territorio y se producía con ello la necesaria emigración a fin de permitir que la zona devastada pudiera regenerarse y producir nuevos frutos para una próxima visita.
Esta actitud no se sostiene hoy en día porque la presión que ejercemos sobre el planeta es ya demasiado grande, si seguimos actuando como depredadores exterminaremos la vida de manera global en un plazo más o menos breve.
Por ello es necesario y hasta urgente cambiar nuestra dinámica. Debemos aplicar el modelo B, el modelo de la simbiosis y la cooperación con el medio. Lo digo porque nos va la vida en ello.
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